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Ben Johnson puso el límite

El día que Ben Johnson corrió los 100 metros en 9.79 segundos hubo un antes y un después. Ese día (24 de septiembre de 1988) fue como si los relojes se pusieran a cero. El hombre y la mujer comenzaron a correr, saltar y lanzar menos. El atletismo se tomaba en serio el dopaje. De hecho, trece plusmarcas de ese año o anteriores, siguen vigentes veinticinco años después. Las pruebas de fondo continuaron progresando, pero había una explicación: el corredor de la altiplanicie africana había irrumpido masivamente, y su resistencia natural le permitía realizar marcas extraordinarias. Luego hubo otra causa menos natural que se conoció con el tiempo: la utilización de la EPO, con la cual el atleta blanco también aumentaba su resistencia.

Los 100 metros, sin embargo, se dispararon al comenzar el siglo. Curiosamente, sólo en la prueba masculina. Como si la mayor testosterona del hombre fuera capaz de esconder los anabolizantes de la pócima mágica. Así, mientras los 10.49 de Florence Griffith permanecían, y permanecen, inamovibles, aquellos 9.79 de Johnson, considerados en su momento como límite humano por ser conseguidos con la ayuda del dopaje, comenzaron a ser igualados o superados hasta medio centenar de veces por parte de ocho atletas distintos. A la mitad les han pillado; los otros cuatro están oficialmente libres de sospecha, pero ya será inevitable juzgar con recelo sus carreras por debajo de las marcas de quien fuera paradigma del dopaje.