Cuando se disfruta más de la salida que del desenlace
Los primeros kilómetros de las etapas son a veces tan espectaculares o más que el desenlace. Es algo que no todo el mundo sabe, porque estamos ante uno de los ingredientes más desconocidos del ciclismo. Bien porque no se suelen televisar, o bien porque, sencillamente, no nos preocupamos en verlos. Les aconsejo la experiencia. En ese tramo se fragua la escapada del día. A menudo el pelotón es condescendiente, pero en otras se monta una enorme trisca hasta que se forma una al gusto de todos. Una vez cuajada, el ritmo suele bajar a la espera de nuevas batallas. El atractivo se multiplica en las etapas de montaña, porque entonces los estacazos son mayores.
Con esa intención me planté ayer ante el televisor con mi desayuno. Me dije: "Veo el principio, hasta que se haga la fuga, y luego me bajo un rato a la piscina, antes de que empiecen los últimos puertos". Mal visto, amigo. Todavía no doy crédito a lo que allí presenciaron mis ojos. Leña, leña y leña en el Aspet y el Menté. Sólo se habían cubierto una treintena de kilómetros, cuando Froome ya había quemado al Sky en su estéril intento de frenar las andanadas. Aun así, ingenuo de mí, decidí aprovechar el tramo de llano hasta el pie del Peyresourde para darme el chapuzón anhelado. Otro error. En ese terreno atacaron Plaza y Valverde. El interés se desinfló luego, aunque lo mantuvo vivo la incógnita de cuándo atacarían Quintana, Valverde o Contador. Al final sólo disparó metralla el colombiano, sin éxito. Un desenlace que, con los primeros kilómetros aún en la retina, me dejó frío. Y a esas alturas, además, ya estaba desatado frente a un ordenador y no me podía zambullir en la piscina.