Viejo dilema: Adrián o su hermano
Hace dos años Adrián estaba donde Isco hoy, asombrando en el Europeo Sub-21. Marcó goles, ganó, fue nombrado mejor jugador y al rato aterrizó en el Atlético. Antes de que se le unieran Falcao y Diego, asociado con un Reyes aún sin atrofiar por Manzano, metió al equipo en la Liga Europa y a su hinchada en el bote. Lo mismo arrancaba que se paraba; se iba de dos que pasaba al hueco; se desmarcaba que centraba a la red, que se hacía inmortal en Hannover. Cada jugada era una invención, un crucigrama. Con el Cholo tuvo que escorarse a un costado y atender como prioridad a encargos defensivos, pero se las apañó para imponer su talento. Fue la sensación del curso, coronado con el título europeo, y hasta se estrenó de fogueo en la selección de Del Bosque, donde lo rojiblanco nunca es bien recibido.
Esta temporada, Adrián dejó su influencia en la Supercopa y de repente se convirtió en su hermano, un clásico del fútbol. Fue otro jugador. Perdió velocidad, imaginación y confianza. Dejó de anudar rivales con la pelota para tropezarse con ella. Se vulgarizó. Un zapatazo salvador ante el Celta y poco más, no volvió a irse de nadie. Acabó en actor secundario, menor, muy suplente. ¿Cómo se explica semejante transformación? El fútbol reproduce este tipo de misterios con relativa frecuencia. Jugadores que brillan un año y no regresan más. La amenaza está otra vez ahí, pero Simeone se resiste. Sigue convencido de que el Adrián verdadero no es el hermano.