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Entre la fiesta y el drama

Lo advierto: este partido tan celebrado será una tortura. Se equivocan quienes dicen que una final entre españoles asegura la victoria; lo que garantiza es la derrota. Imaginen el triunfo de Rafa, octavo título en Roland Garros, y compartirán de inmediato el desconsuelo de Ferrer, 31 años, tenista modélico sin títulos de Grand Slam. Pónganse ahora en el caso contrario: Nadal pierde y David venga a Djokovic. En cada caso se nos mezclarían las lágrimas de rabia con las de felicidad.

Existe una alternativa. Basta con que un peloteo se alargue y caiga la noche, y que así, peloteando, se encadenen varias noches seguidas hasta situarnos en vísperas de Wimbledon y en posición de colapsar el circuito tenístico profesional. Hay que suponer que entonces el juez árbitro, ya con barba de náufrago, bajaría de su silla y, con un largo bostezo, levantaría los brazos de los contendientes para poner el único final feliz que se me ocurre a estas horas.