Del impulso indómito al circo de las vanidades
Poco antes de regresar a la montaña que sería su tumba, George Leight Mallory, el alpinista británico que a comienzos de la década de 1920 fue el alma de tres expediciones que por primera vez trataron de subir al Everest, el mayor reto geográfico de su época, dijo que escalarla no tenía utilidad práctica ninguna y que sólo se explicaba por el deseo de conocer lo desconocido, "…un impulso que late en el corazón del Hombre". Aquellos británicos que se "inventaron" el Everest como reto alpinístico eran el prototipo de aventureros impulsados por ese afán de descubrimiento y, a la vez, por la pasión de llegar a los extremos del planeta que aún quedaban por conquistar.
Representan la unión de la Ciencia y la Poesía, el conocimiento de los científicos, que les guía desde la cabeza, y el impulso de un corazón invencible, que, según quedó escrito, les animaba a "luchar, buscar, encontrar y no rendirse jamás". Nunca sabremos si dos de esos hombres, Andrew Irvine y George Mallory, pudieron haber sido los primeros en llegar a la cumbre más alta del planeta, pues desaparecieron cuando estaban a unos 8.650 metros de altitud el 8 de junio de 1924. No es pues extraño que cuando, hace ahora 60 años, Edmund Hillary y Tenzing Norgay llegaron, con total seguridad, a esa cumbre, uno de los compañeros de Mallory calificase este hecho diciendo: "Eso sólo es deporte".
Simbolizaba el gran cambio que ya se había producido en el alpinismo en esos 30 años, cuando ya no había Ciencia y Poesía en la mochila de los alpinistas, sustituidas por materiales nuevos y un espíritu más deportivo. Fue entonces cuando otro ilustre alpinista británico, Eric Shipton (uno de los primeros partidarios de las expediciones ligeras), señalase que "una vez conquistada la cumbre del Everest, ahora puede comenzar de verdad el alpinismo". Y, en efecto, desde entonces se produce una auténtica revolución. Comienzan a abrirse nuevas rutas por todas las vertientes del Everest, incluso las más inaccesibles.
La escalada de 1975 de la sudoeste del Everest significó el premio a la persistencia británica durante cincuenta años seguidos en la montaña más alta del mundo. Las dos últimas realizaciones, que marcan la historia en la montaña, y son auténticos hitos históricos en la historia de la aventura humana en la Tierra, fueron la escalada del Everest sin utilizar botellas de oxígeno y su escalada en solitario y sin botellas en pleno periodo monzónico por Reinhold Messner. Era el culmen del alpinismo: hacer más con el mínimo de tecnología. Parecía la más sólida base sobre la que seguir avanzando.
Sin embargo, lo que vino después, sobre todo en la cima más alta de la Tierra, asediada por las expediciones comerciales, sería injusto y hasta insultante calificarlo como alpinismo. Baste un ejemplo: esta temporada un cliente fue llevado en helicóptero hasta el Campo 2 de la cara sur del Everest, evitándole la parte de la ruta más peligrosa. Desde allí, ha subido con oxígeno y acompañado por sherpas a la cima. De regreso al Campo 2, la aeronave le ha recogido para llevarle a Khatmandú, donde a buen seguro habrá corrido a presumir de sus fotos de cumbre en algún bar. Pero sólo él y quizá sus amigos se pueden llevar a engaño: la cumbre que él ha pisado no tiene ni remotamente nada que ver con la que soñara George Mallory.