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Adiós a un hombre tranquilo

Nunca puso especial empeño en ser una estrella aunque no le faltaran motivos, pues el Dhaulagiri (8.167 metros) era su novena cima de ocho mil metros. Los méritos que hacían de Juanjo Garra alguien simplemente imprescindible los conocíamos y disfrutamos quienes tuvimos la suerte de trabajar con este hombre tranquilo que, a base de sonrisas, generosidad e inteligencia, conseguía algo esencial en cualquier expedición: soldarnos a todos en un espíritu de equipo.

Su carácter era el mejor bálsamo para restañar las frecuentes fricciones que suele crear una actividad tan dura y arriesgada, como pude comprobar en numerosas expediciones con Al filo de lo imposible. Juanjo siempre me demostró que era alguien en quien se podía confiar para mantener el equipo unido, una cualidad mucho más decisiva que la fortaleza física a la hora de culminar una aventura en las montañas más altas de la Tierra.

También en la montaña, especialmente en la montaña, los actos son mucho más elocuentes que las palabras, por lo que cualquier cosa que ahora pueda decir sobre cómo era Juanjo y lo que significaba para sus compañeros queda empalidecido ante la increíble muestra de amistad y valor que han demostrado todos los que se han implicado, durante cuatro días, en su intento de rescate tras romperse un tobillo a  unos 8.000 metros de altitud, en el peor lugar y en el peor momento, cuando tu vida pende de un hilo y se mueve en ese aire leve, donde se hacen realidad los sueños de los alpinistas. En primer lugar Khesab Sherpa, quien no dudó en quedarse con él hasta el final sabiendo que podía compartir su destino. Como encomiable ha sido el trabajo de Javier y Enrique Posiel desde el campo base y el de los tres sherpas, a los que nunca ponemos nombres muy a mi pesar, y que llegaron hasta Juanjo en los últimos momentos de su vida.

Destacable también es la pericia de los pilotos de helicóptero Mauricio y Simone Moro, que jugándose la vida en maniobras muy arriesgadas, lograron dejar en el campo 3 al sherpa Nigma, que venía del Makalu, y Jorge Egocheaga, que siempre se ofrece con una generosidad y una fortaleza por encima de lo normal.

Los últimos en llegar a ese campo 3 fueron mis amigos Alex Txikon y Ferrán Latorre que no dudaron un segundo, tras mi llamada, en volver a la montaña sin descansar ni pedir nada a cambio para afrontar una aventura tan difícil y arriesgada. Ayer de madrugada, cuando llegaron al C3, tras una escalada veloz y endiablada, se derrumbaron y aún no se han recuperado. Este despliegue de medios técnicos y humanos involucrados en un rescate sin precedentes en el Himalaya sí ha permitido rescatar, con el helicóptero, a otros ocho alpinistas que estaban por encima de los 7.200 metros algo que sólo una vez anteriormente se había conseguido y jamás con tantas personas implicadas. De alguna forma es la última y generosa aportación de Juanjo a la Montaña, que tanto amaba.

El tiempo no sólo se mide en días, se mide en profundidad e intensidad, en pasión por perseguir y hacer realidad los sueños. Esa era la vida que él y nosotros compartíamos. En definitiva, todos ellos han demostrado que representan los valores y la verdadera esencia del alpinismo en el que siempre hemos creído con nuestro amigo Juanjo Garra.

Despedida en Lleida. Su familia tomó la determinación de no recuperar el cuerpo del montañero para no poner más vidas en peligro. "La montaña ha decidido quedarse para siempre con la compañía de quien tanto la quería", decían los familiares. En la tarde de ayer, junto al monumento dedicado al Centro Excursionista de Lleida, cerca de 600 personas se reunieron y llevaron flores y velas para despedir a Juanjo Garra con un emotivo minuto de silencio.