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Cuando te llueven piedras

Es de esos tipos que me recuerda el perfil de aquellos rudos soldados que en la derrota de Rocroy eligieron no rendirse y aguantar de pie la última carga de la caballería francesa por mantener el honor de pertenecer a una infantería que no se rendía. Había cavado una pequeña repisa en la nieve donde protegerse antes de ponerse al teléfono y entrar en directo en El Larguero este pasado lunes. La calidad de la comunicación parecía desmentir dónde se encontraba Álex Txikon en ese momento: a unos 8.150 ms de altitud y 350 por debajo de la cumbre del Lhotse, que lograría alcanzar unas horas después junto a un heterogéneo grupo de varios alpinistas más.

Acababa de amanecer y el espectáculo que nos describía era de los que generan tanta envidia como admiración. A su espalda se levantaba el Everest y a sus pies la inmensa belleza del Valle del Silencio, que nunca olvidaremos los que la hemos contemplado, mientras le rodeaban las cimas del Nuptse, el Cho Oyu o el Shisha Pangma. Para entonces Alex llevaba fuera del campo base más de diez días en los que había escalado el Nuptse, quedándose a unos 30 metros de la cima por la peligrosidad de continuar más arriba, y estaba camino de la cima de la cuarta montaña más alta del planeta, que se ha convertido en su décimo ochomil, con sólo 31 años.

Pero no sólo había tenido que luchar contra las dificultades propias de una escalada de tal envergadura, como por ejemplo la lluvia de piedras que sufrieron el día anterior en el campo 4 del Lhotse, y que dejaron más de 20 agujeros en su tienda. También tuvo que luchar contra el desánimo al ver que sus compañeros José Carlos Tamayo y Juanra Madariaga no podían seguir y la amargura de saber que había muerto su amigo Alexey Bolotov en el cercano Everest. También debió ser un mazazo terrible encontrarse el cadáver de un alpinista de Taiwán en el campo 4, muerto posiblemente al agotar su reserva de oxígeno.

Sin embargo, Álex ha demostrado en muchas ocasiones anteriores -y lo ha vuelto a hacer ahora- la fortaleza tanto de su cuerpo como, sobre todo, de su mente. Ese mismo día, la primera parte del programa de José Ramón de la Morena se dedicó a la noticia del día: el adiós de Mourinho, lo que me llevó a pensar en la curiosa coincidencia temporal de comportamientos tan diferentes cuando las cosas se tuercen y llueven piedras. Mientras Mourinho prefiere, literalmente, escurrir el bulto, Álex demuestra de qué pasta está hecho cuando resulta más necesario. Es entonces cuando hay que asumir el liderazgo, ponerse el primero de cuerda y tirar hacia delante. La épica y la ética se ven en momentos así, son esos momentos estelares en los que se decide todo, esos momentos en los que se reconoce a las buenas personas.