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Competición a prueba de autobuses

Lo que el viernes se ventila se llama Copa por algo. Siempre tuvo el trofeo un valor especial, más allá de los 10.000 euros no confesados en que está valorado, quizá porque premia el drama concentrado en hora y media y tiene ese punto de azar tan atractivo de que el poderoso es más vulnerable en una tarde que en 38. También porque ha cambiado de nombre (y de diseño) en función de la dirección del viento político, hecho que a menudo utilizan las aficiones para atribuirle los méritos del vecino a los favores del mando: el Sevilla ganó la primera Copa del Generalísimo y al Betis le gusta recordarle que fue él quien conquistó la primera Copa del Rey; el Madrid obtuvo la última Copa de la República y el Atlético, la última del franquismo

El prestigio de la competición, en cualquier caso, ha resistido mejor el paso del tiempo que el trofeo las ruedas de un autobús. Y el Bernabéu acabará llenándose el viernes pese a unos precios abusivos en el partido más bonito del año. El Madrid tiene de su parte las apuestas y el joyero de corazón blanco que inscribirá el nombre del ganador; el Atlético, el convencimiento de que no hay desgracias infinitas. A día de hoy no encuentra argumento mejor.