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La hora de que Rudy sea Navarro

Navarro es un semidiós. Conviene empezar por aquí para entender que cualquier comparación es injusta. Y añado el semi sólo porque el tiempo ha demostrado hacer mella en la salud del genio. El mayor talento del que ha gozado el baloncesto español no tiene más grietas; por desgracia, la que tiene es profunda y crece. Y aun así, en una temporada en la que jamás ha estado a tope, el madridista que afirme que no teme a Navarro, miente. Como un bellaco. Sin Mickeal y por bien que esté Tomic, la fe del Barça en repetir la sorpresa de la Copa (y, sí, sería una sorpresa) es que su leyenda con barba entre en uno de esos estados de inconsciencia en los que no encuentra nada que se interponga entre la canasta y él. Van tantos que... Para eso, justo para eso, fichó el Madrid a Rudy Fernández.

Rudy arrastra la maldición de luchar contra todo lo que imaginamos viendo sus alley-oops en aquella Copa de Sevilla o su brutal mate sobre Howard en Pekín. Desde ahí ha sido un perpetuo 'sí, pero no'. No encontró su hábitat en la NBA y tras cuatro años buscando culpables (el técnico, la suerte, la salud) tocó asumir que el problema no era ajeno. Quedaba una esperanza: quizás no nació para ser un buen jugador de rotación, sino la estrella. Eso soñó el Madrid y aquí estamos. Su curso ha sido bueno, no excelente. No importa ya. A diferencia del Barça con su capitán, los de Laso tienen talento para no requerir a un Rudy soberbio; pero el Madrid le fichó para ser su Navarro. Y para serlo este fin de semana. Ya sabemos que es injusto, ahora descubriremos si también es imposible.