Expulsados del parque de atracciones del Everest
Stefan Zweig pensaba que había un puñado de instantes capaces de arrojar reveladora luz sobre enigmas y procesos históricos, a veces de muy largo recorrido. Sobre esos “Momentos estelares de la Humanidad” escribió Zweig un maravilloso libro en el que quizá hubiese merecido al menos unas páginas el grave suceso que acaba de ocurrir en el Everest. En el planeta Internet se puede encontrar una surtida gama de versiones sobre el linchamiento sufrido por los alpinistas Simone Moro, Ueli Steck y John Griffith a manos –y pies– de un grupo de sherpas. Allí se encuentra una pléyade de excusas, discusiones sobre los motivos o explicaciones condescendientes, cuando no interesadas, entre las que abundan visiones que contraponen al “buen salvaje” sherpa con el avieso occidental, una perspectiva teñida de racismo que niega a los habitantes de la zona la capacidad de comportarse como seres civilizados del siglo XXI. En cualquier caso, lo cierto es que estos grandes alpinistas se han tenido que retirar de la montaña después de ser amenazados de muerte y haber visto literalmente su vida en peligro cuando un grupo de enfurecidos sherpas, empleados de expediciones comerciales, les agredieron con puñetazos, patadas, pedradas e incluso navajas, después de un incidente verbal durante la escalada.
En mi opinión este tristísimo “momento estelar” de la Historia del Himalayismo pone de relieve en toda su crudeza y de golpe el proceso de deterioro que lleva sufriendo desde hace años el Techo del Mundo hasta haberse convertido en un parque de atracciones para compradores de emociones montañeras. En el momento de la agresión había en el campo base de la vertiente nepalí del Everest unas 1.500 personas, la inmensa mayoría relacionadas con expediciones comerciales que cobran entre 20.000 y 70.000 dólares por llevarte, atado a cuerdas fijas o si hace falta a hombros de un sherpa, a la cima más alta del planeta. Suponiendo que tan sólo 500 de esas personas sean clientes que quieran escalar el Everest, podemos hacernos idea de la astronómica cantidad de dinero que genera, primavera tras primavera, para unos pocos avispados que, de facto, han monopolizado la vertiente nepalí del Everest. De la cual los sherpas se llevan apenas unas migajas (entre 2.000 y 4.000 $ por temporada) pero que suponen una auténtica fortuna para los niveles de vida nepalíes.
Esta lucrativa “industria”, y las mafias adosadas a ella que crecen como hongos en un país corrupto, esta pervirtiendo la esencia misma de la Montaña –la soledad, la belleza y la emoción– sin importar a sus instigadores ni la contaminación, ni los montones de basura, ni la seguridad de sus clientes, y han terminado por convertir el Everest en un parque temático donde cualquier parecido con el verdadero alpinismo es una mera comedia, que se vuelve trágica cuando un cambio de tiempo provoca un desastre entre esos clientes, mal o nada preparados, y a los pocos que van por libre y quieren practicar el alpinismo de toda la vida, son vistos como intrusos y expulsados por los mercenarios de este suculento negocio. Porque, en definitiva, en esto se ha convertido el Everest: un sucio negocio.