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El Barcelona ganó 53-30 a faltas

Tengo al balonmano como uno de los deportes en el que más influencia tiene el arbitraje. El contacto se admite, siempre que sea cara a cara, pero no sujetar o empujar. Los contactos son continuos, y cuando hay que apretar la defensa, se juega con intensidad y agresividad, es decir, al límite, para impedir la circulación de balón al atacante. Las decisiones arbitrales se vuelven entonces decisivas. Sobre todo a la hora de interpretar la gravedad o la reiteración en las faltas. El Atlético, por ejemplo, salió ayer en el Palau con una defensa al límite para frenar el ímpetu del Barcelona, que necesitaba cobrar pronto ventaja en el marcador y neutralizar la diferencia de cinco goles de la ida. Pero esa defensa al límite le salía tan cara que pronto tuvo que desistir.

Las 10 primeras faltas que cometió le costaron tres penaltis, tres amonestaciones y una exclusión. El castigo sería justo por la dureza de las faltas y su reiteración, pero ese rigor no tenía reciprocidad cuando era el Barcelona quien defendía. Las 15 primeras faltas del Barcelona no significaron más que simples golpes francos sin mayor sanción. La permisividad al Barcelona y la severidad al Atlético pronto tuvo reflejo: 8-3 a los 15 minutos, con una segunda exclusión del Atlético. Al final, 53 faltas en defensa del Barcelona por 30 del Atlético, sin que por ello los azulgrana sufrieran más exclusiones. Me ratifico: habría que revisar los arbitrajes en el balonmano. Y hasta cuidar su puesta en escena, que un árbitro podrá salir con gafas, pero buena imagen no da.