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El más odiado, el más querido

La Catedral y el Athletic de Bilbao acabaron desquiciados gracias a Cristiano Ronaldo. Y no por sus gestos o su peculiar forma de pelear durante todo el encuentro. Cristiano lleva muchísimos meses olvidándose de guerras superfluas y centrándose únicamente en cargar sobre sus espaldas la responsabilidad de sacar adelante partidos bastante complicados. La visita a Bilbao siempre lo es. Desactivado el ambiente hostil desde el inicio del partido con un lanzamiento de falta perfecto, el resto fue pura batalla contra todo y contra todos. Y volvió a salir victorioso de ella. Para él, cada pitada, cada falta dura del rival, son certificaciones de que está cumpliendo a la perfección con su trabajo. Ayer firmó otros dos goles y ya van 31 en Liga esta temporada.

Sin duda estamos ante la temporada más completa de Cristiano desde que llegó al Real Madrid. A la cifra descomunal de goles (lleva 50 sumando todas las competiciones) se une ahora un buen puñado de asistencias y, lo que es aún mejor, un trabajo de presión que acaba dificultando la salida del balón desde la defensa rival. Fue decir aquello de que estaba triste y empezar a funcionar como una máquina perfecta y letal. No olvidemos que eso ocurría el pasado otoño. Desde entonces, en cualquier manifestación pública, no ha reconocido que haya cambiado su estado de ánimo. No hace falta. A base de goles demuestra que tal rabieta para reclamar más cariño nada tenía que ver con su trabajo dentro del terreno de juego.