EPO: once años de mentiras
Los ciclistas colombianos han vuelto. O mejor dicho, al ser detectable la EPO, los ciclistas empiezan a competir en condiciones naturales, y ahí es donde aparece la ventaja de los colombianos. Acostumbrados a entrenarse en altitud, tienen una resistencia extraordinaria. Igual que los atletas de la altiplanicie africana. Ellos también se vieron apartados de los podios cuando atletas de otros continentes enriquecieron su sangre con la EPO. Desde que comenzó a detectarse (año 2000), los corredores africanos han recuperado su hegemonía en las pruebas de fondo con contadas excepciones. Los datos son tan evidentes que muchas victorias conseguidas entre 1989 y 2000 están bajo sospecha. En ese periodo, la EPO se convirtió en el dopaje estrella.
Un tratamiento equivalía a quince días de entrenamiento en altitud, pero más barato y hasta más eficaz. Incluso era indetectable. Cualquier corredor podía hacerse colombiano o africano con una sola inyección. Era fácil. A mayor dosis, más resistencia. El consumo indiscriminado llevó a la muerte a 16 ciclistas holandeses, y a tomar medidas. El ciclismo estableció una tasa del 50% de hematocrito para poder competir. Aparecieron los druidas especialistas en que sus pacientes rozaran ese nivel. Los colombianos ya no tenían nada que hacer. Con un hematocrito alto de forma congénita, la EPO se lo disparaba. Ahora que la resistencia vuelve a medirse bajo pautas naturales, aparecen de nuevo. Pronto les veremos en los grandes podios.