Amatriaín se merece ser feliz
Ayer fue uno de esos días en los que una buena noticia consigue hacerte ver la vida de otra manera. Permítanme, siquiera un instante, que les confiese que estoy eufórico por la recuperación de Dani Amatriaín. He sufrido mucho por alguien a quien considero mi amigo pero que llegué a no reconocer; una enfermedad, porque sólo era eso, le ha tenido apartado de la realidad, de todos nosotros, durante cuatro largos años, pero ahora ha vuelto a demostrar que es un luchador, un trabajador incansable, un ganador... Dani merece un final feliz para esa pesadilla que ha sufrido, entre otros motivos (aunque no el más importante) porque ha hecho cosas muy grandes por el deporte que ha amado desde que le conozco hace más de dos décadas: las motos.
Jamás olvidaré aquel lejano domingo en el circuito del Jarama cuando Amatriaín me pidió que sacáramos en el AS a un crío que iba para figura. 'Uno más', pensé yo... y me equivoqué. No era uno más, era Jorge Lorenzo, a quien se entregó en cuerpo y alma para ayudarle a ser el campeón que hoy conocemos todos. Y de la gloria, Dani pasó a las tinieblas, lo perdió todo, incluso la confianza de su discípulo, que tampoco reconocía a ese apasionado de las carreras que tanto le había ayudado. Pero todo eso es ya, me asegura mi buen amigo, sólo un feo recuerdo e incluso Lorenzo se alegra de que Amatriaín vuelva a ser el de antes. Un gesto de generosidad del mallorquín del que también me congratulo y que dice mucho de la madurez que está alcanzando.