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De la normalidad a las líneas rojas pasando por agrias polémicas

La normalidad. Concepto extrañísimo y que se reinventa constantemente. No como las líneas rojas, de las que nadie hablaba hace tres meses y ahora surgen como setas en cualquier discurso. A lo nuestro: para los vecinos de Retuerta de Bullaque, la normalidad era tener una pesada piedra prensando jamones. Cuando no la usaban para prensar, la exhibían en el Bar Las Terrazas. Los parroquianos apostaban sobre su peso jugándose las cañas. Un día vieron un documental sobre meteoritos y se preguntaron si esa piedra que encontró un vecino bajo una encina “buscando bichos” no sería un meteorito. Lo era. La normalidad de los jamones dejó de serlo. Ahora les agobian los científicos y no hay normalidad.

Dialéctica. La normalidad es normal hasta que deja de serlo. Y tal y como va el mundo de rápido, nos pasa por delante y ni la vemos. Por ejemplo. Nos parece súper normal que un jugador como Xavi acuda a la Selección sin el alta médica mientras que otro como Casillas, con todos los parabienes facultativos a su favor, no vaya. Como no hay denuncia, no hay dialéctica. Hay falsa normalidad.

Normalidad benemérita. Otro ejemplo de normalidad extraño (me resisto a poner lo de las endiabladas líneas rojas) es como el Barça ha recibido a Tito Vilanova tras su convalecencia en Nueva York. Se supone que todo debía ser adocenado, pero lo sacaron por la puerta de atrás del aeropuerto con dos números del Benemérito Cuerpo custodiándole como si hubiera robado un pollo en el Duty Free. La moda de custodiar famosos y sacarlos por la puerta de atrás está matando una rama tan poco dignificada del periodismo como es el la de reportero de aeropuerto.

Códigos normales. Ante situaciones tensas, como la de Hugo Mallo vía Twitter, el Celta se plantea imponer un código de conducta a sus jugadores y empleados para usar las redes sociales. Harán bien, pero no les harán ni caso. Hablando por experiencia propia, a veces te dejas llevar y metes la pata. La única salida digna es la disculpa. Si la aceptan, mejor.

Agrias polémicas. Esos malentendidos, como toda la vida, se acaban resolviendo cara a cara en una barra y con una copa. Pero el público pide más. Que vayan al bar y se olviden de las líneas rojas.