Tan sólo una cuestión de disciplina
El conflicto en Red Bull durante la carrera de Malaisia tiene un trasfondo que va mucho más allá del debate sobre las órdenes de equipo. Básicamente, porque este último es baldío desde el momento que están permitidas y las escuderías se reservan el derecho a utilizarlas en su beneficio. A unos les gustarán y a otros no, pero legales son... La cuestión que nos ocupa es, en mi opinión, disciplinaria, nada más... y nada menos. Un piloto recibe unas órdenes de sus jefes y se las pasa por el arco del triunfo. El problema es que el rebelde se llama Vettel, es la gran estrella del momento en la Fórmula 1, todo un tricampeón mundial y el hombre que ha llevado a la gloria al equipo que ahora le pide que no intente ganar, justo lo contrario que hasta ese día le habían exigido...
El asunto, por tanto, no es que un equipo se decante por alterar los resultados de la competición, la clave reside en si el deportista está legitimado para desobedecer esas instrucciones. Y ésta es ya una cuestión empresarial, diría. La escudería debería definir claramente su jerarquía, sin paños calientes ni disimulo; a partir de esa honestidad, los pilotos deciden si les interesan o no las condiciones del acuerdo. No se trata de que no puedan competir, sólo de asumir que no podrán hacerlo entre ellos. Vettel, desde luego, tenía todo el derecho a pelear por esa victoria en Sepang: su condición de líder no admite discusión y los siete puntos que hubiera cedido de otro modo posiblemente sean determinantes en un campeonato tan apretado como el que se pronostica.