El podio más triste de la historia
Las órdenes de equipo son tan viejas como la Fórmula 1, siempre han existido, estuviesen permitidas o no. Quizá la más popular de todas sucedió en 1956 cuando Peter Collins, por orden de Enzo Ferrari, dejó su Lancia Ferrari a Fangio en plena carrera para que este ganara el Mundial. El inglés obedeció aunque le supusiera la pérdida del título. Y como ésta, con más o menos relevancia, las ha habido de todos los colores. Ahora toca que sean legales, pero diga lo que se diga, afean mucho la competición. Lo hemos podido ver en Malaisia en donde el primero tenía que haber sido segundo, el segundo, primero, y el tercero, cuarto. Ha sido un podio que desacredita la F-1, a los pilotos, las escuderías y al deporte. Ha sido un podio triste y embustero.
Hay que tener una mínima ética en todo esto. Mejor llamarlo decencia. Puedo entender que estas órdenes se den en las últimas carreras, siempre con la total aprobación del segundo piloto, como un acto de compañerismo y de lealtad con el equipo, pero hacerlo desde la primera convierte el campeonato en una farsa. Hubo una época que para evitar estas órdenes o los líos que provocaban, las escuderías tenían un piloto número uno, el bueno, y un número dos más joven, la promesa, o no tan bueno. A mí esta solución me gusta más, es más decente. En fin, ahí queda el lío, en casa de Red Bull y un poquito en la de Mercedes. Ferrari en Australia tampoco se libró. Menos mal que pese a unos y otros, por suerte, casi siempre acaba ganando el mejor. Es la ley del deporte.