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La ayuda que viene del cielo

Sólo el que ha estado atrapado en una pared, o herido y sin posibilidad de escapar por sus propios medios, sabe lo que supone oír el ronco sonido de un helicóptero acercándose. Hace unos días he tenido la oportunidad de compartir unas horas inolvidables con quienes protagonizan esa ayuda que viene del cielo y que (tantas veces) ha servido para rescatar a quienes se han encontrado en un serio aprieto en una montaña o en el fondo de un barranco. Estuve compartiendo experiencias, vivencias y, sobre todo, valores, con los integrantes de los grupos de rescate de la Guardia Civil en su centro de formación de Candanchu, lo que me permitió compartir experiencias con quienes son, sin duda, uno de los equipos profesionales dedicados al rescate, mejor preparados del mundo. Estos hombres y mujeres de la Guardia Civil dedican casi un año de preparación y entrenamiento específico antes de incorporarse a su destino, repartidos por toda España, dispuestos desde ese momento a jugarse el propio pellejo por ayudar a alguien en apuros. Sea verano o invierno, de día o de noche, las 24 horas de día, siempre dispuestos a esa labor de solidaridad que distingue a las sociedades más civilizadas.

Su labor, junto a la de otros cuerpos dedicados a estas labores de ayuda y rescate, creo que es el mejor ejemplo de que la solidaridad supone el más alto grado de civilización al que puede aspirar una sociedad. No es el PIB, ni la prima de riesgo, ni el grado de felicidad, por muy importantes que sean estos datos. Es nuestra capacidad de ayudar a la gente que está en peor situación y cuando más lo necesita. Y en esos momentos cuando siempre están preparados estos hombres y mujeres con los que he tenido el honor de compartir estos valores que, como la valentía, la capacitación o la solidaridad, son imprescindibles en una sociedad moderna. Algunas comunidades que crearon servicios de rescate paralelos ahora se plantean o suprimirlos o recortarlos, algo que se ha visto reflejado en algún suceso reciente; es una evidencia que nos debería hacer reflexionar sobre todo lo que hicimos mal para que no vuelva a repetirse. Y también a los que, cada vez en mayor número, se adentran en un medio que no conocen bien sin contar con la preparación ni los medios adecuados, poniendo en riesgo no sólo su vida sino la de quienes acudirán en su rescate. Y, por último, también a los responsables de decidir dónde aplicar el enésimo “recorte”. Esa ayuda que viene del cielo no cae graciosamente de él sino que necesita estar adecuadamente dotada y, muy especialmente, debe tener el mayor reconocimiento por parte de la sociedad. Casi todos, en mayor o menor medida, necesitaremos un día pedir ayuda.