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Demasiada siesta

El Barça fue amontonando razones para perder, hasta que perdió. El penalti no pitado es un argumento menor. Importaba la memoria del prestigio. Y ésta se fue por la barranquera.

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Contrarrevolución. Un planteamiento de amistoso para un partido que no fue peor porque el Madrid decidió que tenía que mejorarlo. Se jugaba, al menos, el prestigio ante una afición que ha tenido el alma en vilo durante toda la temporada. No es cierto que el partido no importara: tenía ese efecto, confirmar al graderío que el partido de Barcelona no había sido un simple espejismo. Así que forzó la máquina y forzó las contras hasta que ya no hizo falta. El Barça entregó la cuchara como si no recordara que el prestigio de su juego está puesto en entredicho. Como se conformó, el Madrid propuso a Cristiano Ronaldo como contra en sí mismo y el partido se revolucionó muchísimo con su presencia. Se acabó la siesta, pues, pero como el Barça seguía dormitando el madridismo se llevó su trofeo. Ya le gana al Barça con facilidad, aunque siga teniendo tropezones.

El penalti. Cuando se reclaman los penaltis como argumento es porque el árbitro ha estado irritantemente mal o porque el equipo actuó al fin sin esperanza ninguna. Demasiado barullo estético para reclamar la devolución de la fe de esa manera. Fue penalti, claro que sí, pero en el juego del fútbol actúan también los árbitros; ese accidente merece una repulsa, por supuesto, pero no puede dañar al único jugador que no tuvo ninguna culpa de la derrota en el Bernabéu, Víctor Valdés. Al portero azulgrana lo venció la falta de serenidad y al final perdió los nervios y se ganó la expulsión a pulso por increpar a Pérez Lasa. ¿Para qué? Para nada. Si habían interiorizado tanto el amistoso, ¿a qué venía la histeria del final? Si habían tirado el prestigio en aras de la siesta, ¿a qué venía tanto alboroto?

La crisis. Dijo ayer Jorge Valdano en Carrusel Deportivo que se podría hablar de crisis si el Barça perdía otra vez. Ahí está la crisis. Y ahora, ¿cuál es el remedio? Hubo algunos momentos de la primera parte y algunos instantes de la segunda, bajo el mando de Andrés Iniesta, que el equipo de Jordi Roura (y de Tito Vilanova) mostró las maneras que lo han hecho famoso. Pero duraron poco esas sensaciones. Lo que ocurre es que la modorra es ya más que una enfermedad transitoria; el esquema del equipo se ha roto desde que Xavi Hernández no es el mismo de siempre o, como ayer, no está; y en la delantera no reciben el influjo airoso que hace unos meses aún alentaba al Barcelona que dejó Pep Guardiola. Los aficionados estamos acostumbrados a ver en algunos mitos del fútbol (Villa, Messi, Iniesta) el alivio de nuestras preocupaciones. Siempre pensamos que ellos nos van a sacar las castañas del fuego. Así era. Ahora no es así; ya no existe en las filas azulgrana esa prontitud para saltar las barreras del miedo.

El miedo. Y estamos instalados en el miedo. El córner que marcó Sergio Ramos es la expresión en propia meta del miedo que está agarrotando a los azulgrana. El gol de Benzema, que fue de tiralíneas, es la expresión del miedo del equipo entero. El gol de Messi fue el alivio, la manera de engancharse a una realidad que en las circunstancias actuales parece un sueño. Pero aquí, en ese disparo y luego en el penalti birlado a Adriano tras la zancadilla de Ramos, se acabaron las aspiraciones de victoria. Demasiado poco esfuerzo para tanta siesta. El Barça necesita una contrarrevolución. O un buen atraco de bistec a la milanesa. Se lo tiene que comer, para reponer fuerzas.