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La virtud de inventarse nuevos retos

Hay veces en que el árbol no nos deja ver el bosque. El árbol no es otro que Fernando Alonso, bicampeón mundial de Fórmula 1, santo y seña de todo lo que huele a gasolina en el automovilismo español actual. Pero antes, mucho antes, disfrutamos de ese bosque en el que los títulos mundiales también llegaban a pares gracias a un madrileño llamado Carlos Sainz. Ya fuera a bordo de un Toyota Celica, un Lancia Delta, un Ford Escort o un Subaru Impreza. Daba igual.

Ha llovido mucho, ahora nieva incluso en esa sierra abulense en la que Carlos estudia los tramos por los que circulará el Nacional de Históricos que se disputa este fin de semana. ¿Pero no se cansa de pilotar? No. ¿Ni siquiera de pensar en nuevos coches? No, ahí tienen el ejemplo del proyecto WRC de Volkswagen y el nuevo Polo, ya ganador. ¿Tiene cuerpo para imaginarse en otras carreras? En otras, y sumamente particulares y exigentes como el Dakar. Este año, Sainz se reenganchó al raid más famoso del mundo y le ganó el pulso hasta que el buggy del Qatar Red Bull Team hizo crack. Pero volverá a intentarlo y su deseo es que sea lo más pronto posible. Mientras, el orgullo de padre le crece en el pecho al ver cómo Carletes evoluciona automovilísticamente, también como persona. Su debut en la GP3 alimenta un año 2013 en el que Carlos tiene tantos frentes abiertos que no sé si le quedará tiempo de poder sentarse el próximo martes frente al televisor para ver a su Madrid hacer la machada en Old Trafford.