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Fíjense en la carrera de Cristiano en su segundo tanto, el tercero del equipo. Participa en la construcción, y tras ceder el balón inicia un movimiento que le hace invisible. El delantero más peligroso del Madrid desaparece del radar de hasta cuatro jugadores del Getafe. Primero hace como si la cosa no fuera con él. Luego se aleja del balón. Amaga con meterse entre los centrales y finalmente aparece en el segundo palo. Solo. El remate de cabeza es sin oposición pero requiere vuelo y remate, y el cálculo que hace es perfecto. Si Cristiano quisiera ser un nueve (que no, como ya dejó claro militando en el United en las semifinales de Champions con el Barça de Rijkaard), sería mejor que Falcao.

Lo de ayer no se recordará por su capacidad de entender los movimientos de un ariete, ni por el hat-trick en nueve minutos. Si no por la ovación con la que le despidió el Bernabéu. Cansado de ser el villano, empieza a ser el héroe. Y no sólo en una convulsa Casa Blanca...