Una final para no perdérsela

Una final para no perdérsela

Esta tarde, a las cinco y cuarto, jugamos la final del Mundial de balonmano. No se la pierdan. De verdad. No les va a defraudar. Y no lo digo porque la vayamos a ganar. En absoluto. Dinamarca es un rival colosal, con una trayectoria en este Mundial tan buena como la nuestra. El partido va a ser tremendo. Los jugadores, unos y otros, van a salir con el cuchillo entre los dientes. Va a haber más que contactos, va a haber exclusiones, va a haber goles, va a haber emoción hasta el final, porque este partido no va a ser como los que hayamos podido ver hasta ahora. Es la final entre los dos mejores equipos, ambos con opciones de ganar. Uno, Dinamarca, está inspirado; otro, el nuestro, es ahora o nunca, porque a saber cuándo volveremos a organizar un Mundial.

Un Mundial que ha costado sacar adelante lo que no está en los escritos. Que se ha llevado la final a Barcelona, porque ninguna otra ciudad se atrevía a afrontar sus gastos en tiempos de crisis. El viernes, contra Eslovenia, faltó pasión y público en las gradas. Hoy eso no se puede volver a repetir en una ciudad con casi los mismos habitantes que toda Dinamarca, por mucho que el Barça juegue a las siete. Los Hispanos necesitan que Sant Jordi sea una caldera. Queda dicho que el rival es durísimo. Nos ganó por un gol en Londres, aunque luego cayera, como nosotros, en cuartos. Ellos, contra la Croacia que golearon el viernes; nosotros, contra la Francia que tanto temíamos en este Mundial. Ahora nuestros destinos se vuelven a cruzar. Esta vez sin vuelta atrás.