De Mestalla al Lazarillo de Tormes
Tarde o temprano, todos los futbolistas acaban siendo unos talentosos buscadores de excusas. Con razón. Todos haríamos lo mismo: amparados en la subjetividad (la suya propia, la del entrenador y la de los que observamos el juego con mejor o peor intención), los jugadores aprovechan ese totum revolutum de opiniones para salvarse. Más que egoístas como cualquier hijo de vecino, son pillos como Lázaro de Tormes: piensan que nadie les ve. O que sólo vemos su potencial.
H asta hace un tiempo Di María era todo aquello que Mourinho pedía en el campo: calidad y compromiso. Su espíritu era parte de la identidad del equipo. Hoy El Fideo representa con preocupante exactitud lo que el Real Madrid tiene ante sí en lo que queda de temporada: un presente lleno de disculpas con un futuro en suspenso por la promesa de un título, una carga envenenada. Casi dos años después de aquel monumento al centro con la zurda en la final de Copa de Mestalla, Di María reclama confianza para volver a ser el que fue mientras los demás necesitamos volver a ver al que fue para seguirle a ciegas.