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Un grande que nunca se fue

Claro que la historia sirve, vaya que sirve! Sería estúpido renunciar a ella, sobre todo cuando esa historia habla de grandeza y títulos. En las últimas décadas, algunos quisieron borrar la del Atlético. Y hubo otros, pocos, que entendieron nada más pisar el Vicente Calderón lo que significaba ese club. Uno de ellos se llama Diego Pablo. Ya como jugador asumió trasladar toda la ambición del técnico Radomir Antic al campo y acabó saboreando un doblete único. El dinero del Calcio impidió que se retirara como rojiblanco pero prometió volver a la entidad. En este año que está a punto de terminar nos recreamos, con razón, en los números de ensueño, en los dos títulos, en el fortín que se ha convertido el viejo Manzanares. Pero lo que más valor tiene es el haber recuperado ese espíritu de grandeza que siempre tuvo el Atlético.

Simeone ha obrado el milagro. Su labor, insisto, va más allá de los resultados. Perdurará en el tiempo. Las nuevas generaciones de atléticos desconocían que los rivales les temieran, que su equipo entrara en la quiniela de los títulos. En un año ha dado la vuelta al calcetín. Y ha venido para quedarse. Nadie duda de la renovación de Diego ni de sus ganas de avanzar en un proyecto ganador. Falta que los que mandan le sigan. Que no se repita la historia de equipo vendedor que le obligó a marcharse a Italia. Algunos tildan de tribunero al técnico argentino cuando extiende las palmas de sus manos y pide aliento a la grada. Falso. Es lo que ha mamado, lo que siempre ocurrió en el Calderón. Eso explica una estadística tan inmaculada en casa. El respeto del rival se gana con fútbol y con la pasión desbordada de los que creen en unos colores.