¡Pobres atletas nuestros!
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Chema Martínez es uno de nuestros atletas más ilustres; Manolo Martínez, también. Ambos Martínez han cosechado éxitos y han sido paladines en la lucha contra el dopaje. Retirado el uno y a punto de hacerlo el otro, viven días confusos. En el caso de Chema Martínez es difícil de entender cómo la Federación de Odriozola, tan poco amiga de abrir expedientes -recuerden este verano el caso Mullera-, tiene la intención de sancionarle por salir en una prueba que no paga el impuesto revolucionario inventado por el presidente con aquel desafortunado carnet del corredor. Después de 24 años en la presidencia, lo de Odriozola empieza a ser preocupante: conmigo o contra mí. Los propios atletas empiezan a sufrir las consecuencias.
Luego tenemos al pobre Manolo Martínez. Y digo pobre, porque no hay nada que le pueda devolver lo que le quitaron en los Juegos de Atenas 2004. Fue mucho más que una medalla. Fue la experiencia de subirse al podio en el mismo lugar donde se celebraron los Juegos Olímpicos de la antigüedad. Porque la prueba de lanzamiento de peso no se celebró en Atenas, sino en Olimpia. Fueron 77 los lanzadores que tuvieron la ocasión de vivir esa experiencia singular, y sólo seis, tres hombres y tres mujeres, alzaron su vista, coronadas sus sienes por hojas de laurel, hacia el mismo cielo que hace más de dos mil años contemplaron los primeros campeones olímpicos de la historia. ¡Pobres Martínez! ¡Pobre atletismo! ¡Siempre tienen que pagar los buenos!




