Un respeto a la enemistad
El Atlético está enfermo de derbi, no hay duda. Y Simeone, que es el doctor, también. Se nota desde la previa. El curso pasado se enredó en un combate dialéctico con un compañero de santoral (Futre) porque despreció al Madrid y en éste, pese a la saludable inyección de sentimiento en el Manzanares, repartió flores hasta la exageración para el entrenador de enfrente. Algo que no cuadra con el propio Cholo, ése que no le cambia la camiseta a un contrario, y menos con el espíritu de extrema animadversión que se le presupone a un derbi.
Tampoco es necesario acudir a los malos modos, como hizo frontalmente Diego Costa y a escondidas Sergio Ramos (impresentables), ni seguir al pie de la letra la religión de Bilardo, pero las formas también hay que saber cuidarlas en asuntos de enemistad. Por eso, aunque no tienen defensa el arrebato matonista del Mono Burgos en la zona de banquillos ni la respuesta agrandada de Mourinho ayer en sala de prensa, y siempre que la desconsideración no pase de ahí, sus faltas se comprenden mejor que algunos besos. Encajan más en la sensibilidad del aficionado y en la de un derbi. Si es que éste aún lo es. Porque en fútbol, la verdad, aquí hace tiempo que la máxima rivalidad es mínima.