Echaron al convidado de piedra
Pellegrino era el invitado a una fiesta en la que no debía estar y a la que asistió sólo porque Llorente tuvo una visión divina y creyó que todo lo que hablaba con él cuando era futbolista podría trasladarlo al banquillo. Pero llegó a esta fiesta servida a costa de la injusticia con Unai, como ha sido con otros (Cúper). Todo sigue igual: delirios de grandeza, viejos complejos no superados, no aceptación de la realidad y rebeldía con una ruina ganada a pulso entre los que miraban para otro lado y los que la aplaudían. Y ahora se quiere que venga un jeque de cartón a solucionarlo: humo, como el de las fallas al quemarse. Nos encanta creernos que los burros vuelan.
El fútbol puso en su sitio a Llorente y a Pellegrino. Pero lo ha pagado el convidado de piedra. Se quedan el que lo puso, el que lo avaló sólo porque lo dijo el jefe (Braulio) y los consejeros que se tragaron la apuesta a dedo. Haber sido hombres y echado atrás en su día, en vez de rajar ahora. Y se queda el mal: esa panda de "niñatos", que son muchos, en un vestuario indigno, de otros que han estado en él. Llorente y Braulio tienen fecha de caducidad. Aunque el difícil de sustituir es Llorente. Fabra y Císcar ya pueden ir pensando un relevo, porque otro "Llorente vete ya" lo precipitará todo.