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Sherlock Holmes en el Ártico

En 1880 un estudiante de medicina escocés aceptaba la oferta de embarcarse como cirujano en un ballenero que partía para el Ártico. Aquellos seis meses cazando focas y arponeando ballenas supondrían para él la gran aventura de su vida y algunas de las experiencias aflorarían en el primero de sus relatos que tendrían como protagonista a un detective llamado Sherlock Holmes. Cuando entró a formar parte de la tripulación del SS Hope, Arthur Conan Doyle era un joven de 20 años que no había hecho otra cosa que estudiar y escribir relatos, alguno de los cuales había logrado publicar. Esa vocación literaria le debió impulsar a llevar un diario manuscrito de sus peripecias mientras navegaba. Fue un texto que guardó para sí mismo hasta su muerte y que sólo hace un par de meses ha sido publicado en Gran Bretaña por sus herederos en una edición facsímil titulada Trabajo peligroso. Diario de una aventura ártica.

Gracias a ello podemos disfrutar de la creatividad de Conan Doyle pues, además de narrar sus peripecias de novato, también incluyó en él dibujos, mapas y fotografías. Como el propio Doyle escribió, cumplió la mayoría de edad "en los 80º de latitud". Y lo hizo en un sentido mucho más profundo que el mero paso del tiempo. El Conan Doyle que regresó de aquel viaje era un hombre distinto, maduro y mucho más seguro de sí mismo. Lo cierto es que aquel joven recién salido de las aulas de la universidad de Edimburgo no brilló a gran altura ni como explorador ártico ni como médico. En una sola jornada fue capaz de caerse tres veces al agua mientras saltaba de témpano en témpano a la deriva a la caza de las crías de foca.

Por fortuna para él, y para los amantes de las novelas de detectives, siempre fue rescatado con rapidez antes de morir congelado. En otra ocasión, y tras despellejar una foca, cometió el imperdonable error en el reino del hielo de olvidarse las manoplas. También nos cuenta cómo el más viejo de los tripulantes murió en sus brazos a causa de una peritonitis que no pudo atajar. Aquellos hombres rudos y valientes dejaron honda huella en aquel joven médico. Fue una aventura que, como todas las verdaderas, le curtió el cuerpo y el alma. En ella es probable que ya estuviera creando un personaje que sólo viviría para desentrañar misterios y en cuyas peripecias se irían colando retazos y experiencias de lo vivido en el Océano Glacial Ártico. Era un tiempo hermoso y terrible, en el que todavía era posible vivir la aventura.