El mundo en el fin del mundo

El mundo en el fin del mundo

El ofrecimiento de exponer algunas de mis fotografías en la Semana de la Montaña y Aventura que comienza la semana que viene en las naves del Matadero de Madrid me han permitido regresar a unos territorios por los que siento una especial predilección. Hubo un tiempo en el que todo el mundo fue así: grandioso, salvaje, bello, desolado. El mundo de antes y después del Hombre. "Desolado" siempre ha sido para mí una palabra hermosa que me evoca los paisajes que más me atraen: espacios ajenos a la domesticación y al control del hombre, lugares donde te sientes como si contemplases la Tierra por primera vez. Donde siempre estás de paso, donde eres diminuto y vulnerable, donde sólo estar supone, muchas veces, arriesgar la vida. Todo en ellos es desmesurado: la luz, las distancias, la soledad, el silencio, el poder de los hielos, los mares y sus cielos, ya sea en forma de furiosas tormentas o de soles incandescentes, o la singularidad de los pocos seres humanos que han logrado adaptarse a vivir en algunos de ellos. Son lugares que parecen rechazarte con todas sus fuerzas, que son muchas. Pero siempre me ha merecido la pena recorrerlos. A ellos he dedicado la mayor parte de mi vida.

Esta exposición es un particular homenaje a algunos de esos lugares que cambiaron mi vida, y que ahora quiero compartir con los soñadores de la libertad y los peregrinos de la soledad; con todos aquellos que sienten la fascinación por la belleza de nuestro planeta. También me he dado cuenta preparando la exposición que ellos han modelado mi paisaje interior, en buena medida, la esencia de lo que soy. Cuando sonrío brillan en mis pupilas las montañas del Karakorum; cuando estoy triste, me afligen tormentas de arena que nublan el corazón; cuando sueño me llegan reflejos de la Antártida, vientos de la Patagonia, luces del Tíbet. Para mí es la belleza del mundo, el silencio, la soledad del mundo. Justo aquello que está amenazado y que necesitamos que exista tanto como el aire que respiramos. De ellos sólo me he traído estas imágenes y los sentimientos que me han provocado.

A lo largo de estos treinta años de expediciones, en todos ellos me he sentido feliz hasta el punto de que son ya parte esencial de mi paisaje interior. Mi deseo al compartir estas imágenes con ustedes es que, igual que a mí, cada una de ellas logre provocar un sentimiento y susurre una historia a quienes las contemplen. Estos son los lugares en los que he sentido una intensa y exultante sensación de libertad. Nunca quise conquistarlos, fueron ellos los que me han conquistado.