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Mummery: dificultad más altitud

La semana pasada comentaba la enorme importancia de los valores del alpinismo clásico. Pero en mi opinión el hombre que más influyó en el desarrollo del nuevo alpinismo fue Albert Frederick Mummery, considerado el padre del alpinismo moderno. Nacido en 1855, este inglés fue el mejor alpinista de su tiempo, a pesar de sus limitaciones, pues era algo desgarbado y bastante miope. Tras su aparente timidez, que escondía detrás de unas gafas similares a las que, mucho más tarde, puso de moda John Lennon, latía un impulso y una vitalidad sin límites. A él debemos una aportación revolucionaria: la conquista de una cumbre no agota las posibilidades de descubrimiento de una montaña. Lo que importa son las dificultades que se vencen y el estilo con el que se acometen. Coherente con estas ideas Mummery escaló hasta en siete ocasiones el Cervino, hasta entonces el mito de lo "imposible", por seis rutas diferentes.

Si hasta entonces se trataba de ascender a las montañas más altas de los Alpes, a partir de ahora las rutas comenzarán a valorarse por sus dificultades y el terreno donde se desarrollan, ya fuesen en roca, hielo o mixto. Siempre fiel a su estilo, Mummery realizó innumerables rutas nuevas, muchas de ellas en un estilo atrevido y muy comprometido en aquellos años. Con una frase resumiría, de fino sentido del humor, su filosofía que, en el fondo, es una forma de enfrentarse a la vida: "Cuando todo indica que por un lugar no se puede pasar, es necesario pasar. Se trata precisamente de eso". Pero lo más importante del legado de Mummery es la unión que realiza de la dificultad con la altitud, las dos claves del alpinismo moderno que han llegado incólumes a nuestros días.

El alpinista británico no buscaría exclusivamente, como otros, una actividad atlética intensa o el gusto por la dificultad pura sin riesgo. Su espíritu inquieto le llevó a buscar fuera de los Alpes otros escenarios de montañas, cada vez más altas, comprometidas y exigentes, donde desarrollar su valiente e innovador alpinismo, primero en el Cáucaso y luego en el Himalaya. En este apartado fue también un pionero al intentar en 1895, por primera vez, escalar una montaña de más de ocho mil metros, el Nanga Parbat. Lo intentaría ligero, con un compañero solo y por una ruta difícil y peligrosa, en uno de los mayores abismos del planeta. Desgraciadamente el Nanga Parbat sería su última montaña. Allí desapareció, junto a dos porteadores gurkas, cuando sólo tenía cuarenta años. Pero su ejemplo sigue alumbrando el verdadero alpinismo.