Madridismo ejemplar y sin fronteras

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Esta es una más de las preciosas historias que nos permiten afirmar orgullosos que el madridismo sin fronteras es un hecho universal que va más allá de las modas pasajeras. Vladimir e Irina fueron hijos posteriores a aquel terrible traumatismo nuclear que destruyó una ciudad y muchísimas ilusiones. Pero esos niños, que crecieron bajo la amenaza de la radiactividad, supieron ver más allá de lo que tenían delante de sus ojos y pronto descubrieron que la luz de la ilusión se la rescataba esa camiseta blanca del Real Madrid conocida en los cinco continentes.
Vladimir e Irina han tenido un sueño y no han parado hasta verlo cumplido. Aprendieron a amar al Madrid cuando, siendo críos, contemplaron aquel gol de Mijatovic que empezó a cambiar la historia de los blancos en Europa. Dos años más tarde, se hicieron fanáticos de Raúl con aquella exhibición portentosa en la final de París y su pasión eterna hacia la religión merengue se fortaleció para siempre con la maravillosa obra de Zidane y las paradas mágicas de Casillas en Glasgow. Ahora, por fin, y tras una larga travesía burocrática, han visto cumplido su deseo de liderar una peña madridista en Minsk, en el corazón de Bielorrusia. Un país frío, pero que ellos han sabido calentar con su pasión innegociable por su Madrid. Ahora son de Mourinho, de Cristiano, de Pepe, de Ramos, de Iker y de Özil. ¡Viva la Bielorrusia blanca!



