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Y se sintió importante

Mou no tenía un equipo, sino dos. En ambos, Cristiano apareció sin desmayo. Antes del descanso, teniendo que buscar más la pelota porque desde el banquillo optaron por blindar el centro del campo con tanques. Tras la reanudación, donde más le gusta, esperando su oportunidad en la frontal y aprovechando el mayor poder creativo de los que jugaban a su espalda. En ambas versiones fue un jugador comprometido. La noche no estaba para tristezas ni otras zarandajas.

Y el destino quiso que el portugués completara la remontada. Lo celebró con euforia. La Champions no permite rabietas. El Bernabéu aclamó a su estrella. Porque sabe separar el grano de la paja. Lo hicieron media hora antes cuando dejaron claro que Silva era de sus preferidos. Y Cristiano siempre lo fue, aunque no gusten ciertos desplantes. La mejor forma de sentirse querido es aceptar esa exigencia del graderío que ha hecho grandes a otros. Ése es el camino. Y ayer lo encontró.