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El alma de Guadarrama es su parque

Ayer mismo estaba caminando por el recién estrenado Parque Nacional de Guadarrama con uno de esos hombres que todo el mundo de la cultura y la ciencia respeta en nuestro país. En realidad comencé caminando por estas montañas cuando era un niño y ahora vuelvo para reencontrarme con sus paisajes. Es la mirada de quien ya está de vuelta en casa y reconoce estas montañas, los bosques, donde se encuentra el tejo centenario (uno de los árboles más antiguos de la Península) y se impregna de olores, paisajes y luces que inspiraron a pintores como Velazquez o poetas como Machado. ¡Por fin! hemos conseguido salvar estos paisajes de la destrucción, urbanización y especulación.

Pero no ha sido un proceso sencillo. Muchas trabas y a veces muchos intereses, se confabularon para interponer obstáculos e impedir que Guadarrama se convirtiera en el último Parque Nacional de España. Más de once años han sido necesarios y en el camino se han perdido muchas hectáreas y algunas características fundamentales del mismo, como el Pinar de los Belgas o los Pinares de Valsain. Espero que cuando se tramite el proyecto en las Cortes sus señorías no recorten más y tengan en consideración que este Parque no sólo es de sus cumbres; porque, en definitiva, no es un punto de llegada sino, más bien, debería ser un punto de partida. Este es el momento de recordar que Alberto Ruiz Gallardón y Pedro Calvo fueron los impulsores políticos de este Parque Nacional, lo que demuestra una rara sensibilidad medioambiental, escasa en las filas de la derecha, y cierto coraje político, aun más raro y escaso en estos tiempos. El verdadero alma del Guadarrama es este hombre que camina a mi lado, Eduardo Martínez de Pisón, uno de esos escasos sabios humanistas que nos quedan, heredero de figuras como Alexander von Humboldt, Edward Wilson o Manuel de Terán.

He tenido la suerte de compartir muchos viajes con Eduardo por parte de Asia Central, China, el Himalaya, Tíbet y el Karakorum. Son lugares donde los mapas se disuelven en la imaginación. Pero es caminando aquí, donde su mirada curiosa se vuelve clara y serena. Quizás porque aquí, ambos sentimos lo mismo que su admirado Giner de los Ríos, cuando, contemplando un atardecer en el Guadarrama, escribió: "No recuerdo haber sentido nunca una impresión de recogimiento más profunda, más grande más solemne, más verdaderamente religiosa". Gracias a todos los que lo hicieron posible.