Sueño de una noche de verano
Quede para la literatura épica del día de su probable traspaso que Modric fue un niño de la guerra de los Balcanes, que aprendió a tirar paredes científicamente, entre escombros, y que forjó su carácter y su estilo cedido por el Dinamo de Zagreb en el equipo de la ciudad bosnia de Mostar, por donde pasaron 35.000 soldados españoles para tratar de apaciguar aquel avispero. Alguno dirá incluso que esa fue una señal del destino para acabar jugando en el Madrid.
No es culpa de nadie que el fantasma de su paisano Prosinecki se pasee por el Bernabéu cada vez que un centrocampista croata suena para el Madrid (aunque también era croata Janko Jankovic, y aquel hombre corrió sin desmayo por toda la Quinta del Buitre un par de años). Éstos ya no son los tiempos en los que bastaba para firmar a un tal Gravesen con la etiqueta de "mejor jugador de Dinamarca". Ya no vale todo. No es año de urgencias históricas y empieza a estar mal visto el despilfarro en esta sociedad de recortes, y menos para completar una plantilla que ha batido todos los récords. Sin embargo, entre la poesía forofa y la estadística realidad de este verano, hay lugar para un sueño: la Décima. Es zurdo, pelotero y recuerda a Johan Cruyff. Con eso debería bastar.