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Al fin unas lágrimas verdaderas

Ahora que los futbolistas ya no se retiran en casa, el Atlético de Madrid al menos ha disfrutado de una despedida limpia y sincera. Al fin sin diplomacia, imposturas ni remordimientos, sin nada que reprochar al mirar atrás. Si Antonio López no llegó a más es que no había más. Lo dio todo, hasta la última gota de su esfuerzo y su corrección. Se entregó al Atlético hasta que le dejaron. Lo vivió, lo sintió y lo respetó. Y lo lloró de emoción verdadera al decirle adiós. A estas horas del club no es poco.

Profesional honesto, un tipo discreto, lateral izquierdo cumplidor, buena zurda para el balón parado y dosis de fe en momentos agónicos. También la cuota crónica de caraja en los derbis (ese penalti a Raúl...) y cierta falta de carácter para, con el brazalete puesto, imponer en el vestuario el atlético que lleva dentro. Superó algún desprecio de más y golpes con los que la vida pone a prueba. No tuvo el glamour ni el talento de los cracks, pero el fútbol está igualmente construido y necesitado de jugadores de club. Las fotografías le recordarán alzando tres trofeos europeos en dos años (dos Europa Leagues y una Supercopa de Europa), poniéndole la bufanda a Neptuno. Y los niños, por una vez, no romperán su cromo.