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En busca de una nueva vida

Desde el mirador del Empire State la isla de Ellis es apenas una mancha de tierra flotando en la bahía que se extiende frente a Nueva York. Pero se trata de un lugar muy especial pues allí se concentraron los sueños, las ilusiones y las tragedias de millones de personas. La isla de Ellis fue la aduana que controlaba a los emigrantes que querían entrar en EE UU a través del puerto de Nueva York. Entre 1892 a 1924 unos dieciséis millones de personas pasaron por ese lugar para que se les hiciese tanto una inspección médica como legal. Allí, por ejemplo, hubieran debido desembarcar la mayoría de los pasajeros de tercera clase que viajaban en el Titanic si, hace estos días un siglo, un iceberg no se hubiese cruzado trágicamente en su camino en busca de una nueva vida.

Recientemente he recorrido ese lugar tan especial, las grandes salas donde se colocaban en filas, las literas diminutas donde se hacinaban junto a sus maletas cargadas con poco más que sueños y esperanzas. Recorrí con lentitud ese edificio y la larga hilera de nombres grabados en una placa metálica en su honor, tan desbordado de anónimas historias, mirando de vez en cuando la estatua de la Libertad, que es el gran símbolo de la ciudad, y del país, que visité hace unos días. Pensaba que esa pequeña isla es también un símbolo del espíritu de aventura que nos ha hecho explorar el mundo hasta sus confines desde los albores de nuestra especie. Y que nos ha hecho mejores personas, quiero pensar. Hace falta coraje para atreverse a marchar hacia lo desconocido sin más equipaje que la propia voluntad de emprender una nueva vida. Un espíritu que comparte quien hoy atraviesa el desierto guiado por un 'coyote' para cruzar la frontera entre México y Estados Unidos o se sube a bordo de una patera. O tomaba un tren aferrado a su maleta de cartón atada con cuerdas en la España de la interminable posguerra. Desheredados de la tierra que los vio nacer impelidos a buscar nuevos horizontes, a emprender una nueva existencia jugándoselo todo en el envite.

En esos viajes no hay mucho glamour, ni motivaciones llenas de grandes palabras con las que se suele asociar la palabra "aventurero", pero no me cabe la menor duda de que todos esos hombres y mujeres -los que abarrotaban la isla de Ellis y los que hoy emigran- se merecen tan honroso calificativo. Luego he vuelto a ver nombres con similares orígenes, hispanos, italianos, irlandeses, y muchos otros, en el memorial a las víctimas del 11 S, en la barandilla de esos dos hermosos estanques, que son, al mismo tiempo, una mirada al infinito, al horror de nuestra misma especie.