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Sobre gatos, tigres y dragones

La indolencia desilusiona al Bernabéu, un estadio donde la categoría de un futbolista tiene que pasar no sólo un control de calidad sino también una prueba de implicación. El madridismo pide siempre un aprobado en las dos asignaturas. Reclama grandes jugadores y espera que además sufran como un auténtico aficionado. A partir de ahí, hablamos.

Hay raras excepciones. Se dan sólo cuando la clase del pelotero es tan descomunal que convalida la falta de carácter ganador que Di Stéfano incrustó en el escudo y desde entonces se reclama a todo aspirante a estrella blanca. Benzema fue gato por incomparecencia mientras el idioma, las pubalgias, las suplencias y los juicios por proxenetismo no le permitieron presentarse al examen. La calidad se intuía, pero no era suficiente aún para olvidar que el chaval seguía pareciendo el niño despistado de una banda de gamberros de barrio.

La calma vino bien para descubrir al tigre escondido. La calma, los consejos de Zidane, y la resistencia. No hay que explicarle a un francés ese valor. Lo maman desde críos. Y en la escuela del Olympique de Lyon, la Academia Tola Vologe, más. El mito de Vologe, asesinado por su lucha contra los nazis, impulsor del deporte en la ciudad de Benzema, pide resistir. Con la paciencia, los goles, los quiebros en carrera, los controles imposibles y la sensación de que combina bien con todos y con cualquiera, ahora el tigre lo intenta todo: saca fuego y va para dragón como en la película de Ang Lee, donde las artes ocultas valen más que las evidentes. El Bernabéu ya ni siquiera le pide que ponga cara de cabreo, como a otros. ¿Indolencia, qué indolencia?