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Olvidan que el mate es lo importante

La NBA debe replantearse urgentemente el concurso de mates. O lo que sea esto en lo que se ha convertido. Una verbena donde el mate en sí es lo de menos, perdido entre motos, coches, escaleras, señores disfrazados y hasta un traje fluorescente. Tanto tiempo dedican los protagonistas a preparar el aderezo que se olvidan de la sustancia. El Doctor J nunca necesitó más disfraz que su aerodinámico afro ABA; los tomahawks y molinillos de Dominique eran sus brazos, no juguetitos de plástico, y Jordan hacía arte sin más herramienta que sus alas invisibles. Ellos crearon el mito y el magnífico concurso de 2000 (Vince Carter ganando a McGrady y Francis) fue su último heredero digno.

Desde entonces la cuesta abajo ha sido imparable hasta tocar fondo este año. Sólo un gran mate (el de Evans con dos balones) entre un montón de paja. Si un evento cuya único sustento es la espectacularidad resulta aburrido, el fracaso es absoluto. Y este fue soporífero. La NBA tiene dos vías: prohibir el atrezzo y lograr con dólares que vayan las superestrellas (LeBron, Griffin...) o suspenderlo (ya lo hizo en 1998) definitivamente. Mientras, seguiré viendo el del 88 hasta que Jordan se lo devuelva a Dominique.