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Jiménez y las escenas de un caos

Manolo Jiménez ha convertido sus ruedas de prensa en un ejercicio de terapia por desahogo. Sólo ha ganado un partido, pero se siente legitimado para ello porque ha sido el último en llegar y el único de todos los actores que no ha participado del terminal deterioro del Zaragoza. Agapito ha vaciado la estructura humana, deportiva y social del club con su desgobierno monomaníaco y espúreo, de dictador bananero. El resultado es este Zaragoza irreconocible que Jiménez retrata, con sus palabras, como ingobernable.

El jueves el técnico subió el tono: "Tenemos lo que nos merecemos", dijo. No hablaba sólo de fútbol, sino también de la entidad, el meollo del caos. Ayer no admitió preguntas y articuló un agrio mensaje contra la deserción de su equipo en el tramo final del partido. Cerró con una demoledora frase: "Siento vergüenza". Ya era hora de que alguien dijera algo así desde dentro del Zaragoza. Que alguien diera voz a lo que la afición dice hace tanto. Por desgracia el entrenador se ha convertido en la única voz atendible. La escena abre un interrogante acerca de su futuro. Pero, sobre todo, agita el temor de que estos meses deriven hacia una guerra civil de consecuencias imprevisibles en el zaragocismo.