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Cerezo, los misterios de una presidencia a perpetuidad

Cerezo vuelve a lucir sonrisa. No se escondió en los días grises, que son casi todos, menos se iba a tapar ahora que escampa. Le gusta soltarse. Domina el cuerpo a cuerpo y lo explota: rápido e ingenioso para el chascarrillo incluso sobre sí mismo y excelente encajador. Cae bien. Virtudes que le reportan beneficios personales y profesionales, pero no tantos al club que representa. Quizás también a los intereses del que se esconde a su espalda, pero no a una institución donde sobra frivolidad y falta seriedad, exigencia y transparencia. Es un clamor que el Atlético es una sociedad mal heredada y peor gestionada, pero su segundo máximo accionista, y por supuesto el primero, se niegan a aceptarlo.

Habituados a no darse por aludidos en los malos resultados y desoír las críticas, a no sacar conclusiones de las peores experiencias, se agarran a las buenas noticias, como ahora, para concluir que no lo hacen tan mal. Pero en el fondo Cerezo no hace. Enreda más que dirige. No manda en el Atlético; pone la cara para que lo parezca. Y para que se la partan. Se lleva más reproches de los que le corresponden. Y pese al murmullo de la grada y el periódico griterío en contra (hoy reprimido por el ole, ole), a las diferencias con el otro de la bicefalia, a tener más voz que voto, a lo que le cuesta (dice) el Atleti, ahí sigue tan a gusto. Ese es el gran misterio. Por qué le compensa quedarse. El masoquismo, desde luego, no cuela.