La magia que sigue existiendo
Camisetas de algodón, sin publicidad claro, de un solo color, el mismo de siempre, con partidos que se juegan los sábados a primera hora de la tarde, con luz natural, con jugadores amateurs que representan la cultura de un país, para los que son héroes, porque su juego es para su gente sin esperar nada a cambio. Con himnos que hacen partícipe al público que llena el estadio, sin ningún cantante que entorpezca tapando el ruido de ambiente, con gradas cerca de la hierba, donde el orgullo de ganar está en juego, sin esperar ningún trofeo de campeón porque no lo hay. Con balones de cuero con la misma forma y hechuras de siempre, sin protector bucal. Todo es un cuerpo a cuerpo. Con invasión de campo al final del partido para abrazar a los ídolos, jugadores cercanos a la afición que les aclama, sin pretender ser más que ellos, con los se mezclan. Hombres que regresarán a casa el domingo y volverá a su trabajo el lunes pensando en la gloria vivida el día anterior y con la mente puesta en el próximo entrenamiento para preparar el partido del siguiente fin de semana.
Así era el rugby que me enganchó. Nada de esto existe ya, pero no hay que olvidar que todo lo que se vive ahora en este 6 Naciones, viene de aquellos años. Tan sólo una cosa perdura de todo aquello que había entonces, la magia de intuir cómo será jugado el próximo balón. Es la magia del rugby, que flota en el aire para quien esté dispuesto a creer en ella. Y yo sigo creyendo como el niño que fui y que sigo siendo.