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Vale hasta hacerse el borracho

Hace años un técnico de Primera me confesaba con gracia que no se le ocurría mejor porvenir para su hijo que el de hacer carrera como meta en Brasil. "Desde el Maracanazo, nadie quiere serlo allí. Simplemente ponen al que peor la toca". El oficio quedó maldito cuando Moacir Barbosa cayó a los pies de Ghiggia en el 50. Luego, Taffarel, un portero sin cualidades excepcionales, le dio Mundial (1994) y medio (le metió en la final de 1998) a Brasil con su habilidad para parar penaltis.

Alves, que hace poco más de un año encajó ocho goles ante el Barça, ha perfeccionado una suerte que anda entre la habilidad y la adivinación. "La clave es la potencia de piernas y conocer al tirador", aseguraba el argentino Goycoechea. "Decide el contacto visual. En la mirada del lanzador está la dirección de su disparo", le leí a Kahn. Vale incluso hacerse el borracho. Grobbelaar lo probó ante Graziani en una final de Copa de Europa y el italiano mandó la pelota a la grada. Lo que es seguro es que hay algo más allá del azar en la cuestión. Por eso unos paran muchos y otros, pocos. Y no hay manual porque a ninguno de los primeros les interesa desvelar el secreto que les hace tan valiosos.