El bueno, el míster y el malo
A veces la figura del entrenador recuerda un poco a la de esos tipos a los que, circunspectos ellos, les gusta decir que ya no hay derechas ni izquierdas, que todos son iguales. Y es curioso, porque el listillo que inventó a los entrenadores seguramente lo hizo, harto de perder partidos, para diferenciar a los buenos de los malos. Para ganar. En el fútbol profesional, como en el patio del colegio, reconocemos a los buenos futbolistas antes que al resto. Juega éste o juega el otro. Blanco o negro, nada de grises. Tal vez por eso el balompié y la política siempre serán enemigos. Pero desde que los entrenadores le robaron el protagonismo a los jugadores (en parte porque en la Prensa necesitábamos un interlocutor para relatar mejor el cuento), hemos aprendido a matizar. Nos hemos politizado. También los buenos tienen días malos, o tienen que aprender a trabajar para el equipo, o necesitan cuidarse en sus noches libres, o deben comer menos turrón en sus vacaciones. Para no ser sólo un nombre de conjunto de los 60 (menudos temazos de Los Ángeles y Los Mitos, ¿y dónde están ahora?), "los buenos" tienen que demostrarlo. Para ser mejores. Los mejores.
La ficción nos enseña que los héroes contemporáneos tienen un lado sombrío que los hace más interesantes. Como el nuevo James Bond o El caballero oscuro. Eso nos permite entender que también los buenos entrenadores tienen días malos. ¿Ha vencido la política entonces? ¿Nos rodea el gris? ¿No hay derechas ni izquierdas? No. Todavía distinguimos el claro del oscuro. Con o sin remordimientos, Batman es Batman y el Real Madrid de Mourinho está siete puntos por delante del Barcelona.