Los árboles dejan ver el bosque
Los partidos en que se suele tener prevista alguna trascendencia para el entrenador en el caso de un resultado adverso y una imagen de decepción, Preciado suele tener el santo de cara. Le ocurrió en la pasada campaña en Riazor y en El Sardinero. Diego Castro anotó un empate salvador en el último minuto, en el campo coruñés, y en el segundo del añadido, en el terreno cántabro. El domingo, ante el Málaga, apareció Trejo, después de que Gálvez se estrenara en su debut, para sumar tres puntos muy importantes. La suerte es un factor importante en todos los órdenes de la vida y, en el caso del Sporting, Preciado se la merece, la busca y no cabe duda que la encuentra. Y ya dice el refrán que es mejor un entrenador con suerte que un buen entrenador.
Pero suerte aparte, el fútbol del Sporting ante el Málaga volvió a sembrar dudas. Regalar el balón a un equipo de tanto toque como el de Pellegrini es un riesgo innecesario. La intensidad impuesta por los rojiblancos fue lo mejor ante un rival tan excelente en el toque como indolente en la definición. El triunfo gijonés, sostenido por el buen remate de Gálvez y la genialidad de Trejo, no puede maquillar los defectos en una alineación con demasiados cambios y un juego a impulsos, insuficiente para mantener una línea de resultados favorables, en una plantilla descompensada que tiene más calidad de la que demuestra. La motivación es un plus añadido, pero para salir de abajo hace falta enmarcar mejor las virtudes de los artistas. A estas alturas no vale engañarse.