La Vuelta tiene personalidad

Hay una corriente en el ciclismo, no sabría cuantificarla, aunque sí me consta que está compuesta de grandes y expertos aficionados, que critica el actual modelo de la Vuelta a España, basado en etapas cortas y explosivas (ninguna rebasará los 200 km este 2012), en la proliferación de llegadas en alto (habrá diez) y en la supresión de kilómetros de contrarreloj individual. Esta corriente aboga básicamente por un modelo más tradicional y equilibrado: con más kilómetros de crono y con más etapas de alta montaña y puertos encadenados (no necesariamente con meta en alto) que animen a los ataques lejanos.

A mí me parece una reivindicación muy respetable, e incluso comparto que me gustaría presenciar alguna etapa más del estilo de la del Cuitu Negro, proporcionada y dura. Y echo en falta también alguna meta a la que se desemboque descendiendo desde algún puerto. Pero dicho esto, y asumiendo el sano debate, a mí este concepto de la Vuelta sí me parece un modelo aceptable y explotable. Primero, porque marca un estilo de carrera, al igual que el Tour o el Giro tienen el suyo. Nos puede gustar más o menos, pero da personalidad a la ronda. Y también por otras razones…

 

Voy a trasladarme al Tour de Francia 2011. Allí asistimos a dos grandes etapas, épicas incluso, ambas en los Alpes: el ataque lejano de Andy Schleck con triunfo en el Galibier y el órdago de Alberto Contador que acabó con triunfo de Pierre Rolland en Alpe d’Huez. También recuerdo una arrancada al alimón del propio Contador y Samuel Sánchez en una jornada de media montaña. Y al margen de estos tres días, ¿qué? Pues muchos favoritos eliminados en caídas, cinco victorias al sprint de Mark Cavendish y un sopor infinito.

 

Con sus diez llegadas en alto distribuidas durante las tres semanas, la Vuelta consigue mantener el interés del aficionado. Y lo hace, además, en una época del año más difícil mediáticamente, con el ciclismo en su última parte de la temporada y con la carrera compitiendo con momentos álgidos de otros deportes. Personalmente, yo prefiero ver una subida al Fuerte Rapitán que media ronda resuelta al sprint.

Las etapas cortas, asimismo, también sirven de reclamo a los participantes, muchos de ellos saturados a estas alturas de campaña. Claro que me gusta más el Giro de Italia, con exigentes etapas de montaña de verdad (la llegada en alto no es sinónimo necesariamente de dureza), pero el momento de la temporada es muy distinto y los excesos del trazado podrían invitar a la espantada o al abuso del conservadurismo.

 

En resumen: el diseño de la Vuelta a España no es mi ideal, pero entiendo las razones del modelo y creo que existe una demanda real de ese tipo de llegadas. Yo he asistido, pie a tierra, a las dos subidas a Valdepeñas de Jaén. Y nadie me puede negar que esa emoción llena más que una volata o una fuga consentida.

 

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