Bonatti, un amor de película sin final feliz
En estas fechas tan especiales todos nos acordamos de los que ya no están con nosotros. Por eso, hoy quiero desde aquí homenajear a un grande: Walter Bonatti. A finales del verano, el cáncer de páncreas, que él sabía incurable, comenzó a desarrollarse de modo fulminante. Pocos días antes seguía con su actividad habitual, escribiendo y encargándose de ordenar su archivo fotográfico. Esa fue la excusa que me dio para no regresar este año a España, a caminar juntos por el Pirineo. Alguna vez lo hablamos de refilón, casi al margen de una conversación sobre accidentes en la montaña, pero también en eso estuvimos de acuerdo. Vivir dignamente, me dijo, supone también saber, y poder, morir con dignidad.
Walter Bonatti era un gran alpinista, posiblemente uno de los más grandes, pero sobre todo era un ser humano que destilaba humanidad y sabiduría, uno de esos seres incorruptibles que tan necesarios son en nuestra sociedad, y más ahora cuando se buscan referentes y valores con los que transitar en tiempos de crisis. Por eso me parece más escandaloso lo que sucedió en Italia, justo en el momento en el que Bonatti encaraba su tránsito final, por el que inevitablemente vamos a pasar todos. Su mujer, Rossana Podestà, concedió una entrevista al diario La Repubblica, en la que denuncia lo sucedido en las últimas horas de la vida de Walter Bonatti. Justo en ese momento en el que más vamos a necesitar a la gente que nos quiere a nuestro lado, para poder acometer con tranquilidad nuestra última escalada en solitario, justo entonces, se le impidió estar a su lado porque "no estaban legalmente casados". Walter murió el 13 de septiembre en una clínica religiosa privada. Según las palabras de Rossana, "al no estar casados me prohibieron asistirlo en sus últimos momentos. Me he decidido a hablar porque no quiero que vuelva a ocurrirle a ningún otro. Walter murió solo, llamándome inútilmente".
Compartí con Walter la admiración por el gran aventurero Luis de Saboya, hijo del rey de España Amadeo I, que fue a morir a Somalia, lejos de Italia, porque según sus palabras solo allí estaría a salvo de "la hipocresía de los hombres civilizados". A Walter ni siquiera le dieron esa oportunidad en el momento de su muerte. Esa terrible hipocresía que retrata la verdadera alma de las personas. Alguien debería dimitir en esa clínica religiosa de Roma y luego, siguiendo sus creencias, retirarse a un convento para purgar sus pecados. La excusa banal del médico para negarle a Walter el derecho a morir en paz con la mujer a la que amó toda su vida, fue la que alguien ya ha escrito: "Señora, no pretenda tener derechos que no le corresponden". ¡Qué injustas pueden ser las personas y cuánto dolor pueden causar, por ignorancia o cobardía!
Recuerdo su hermosa historia de amor, un amor de película, que ellos, Rossana y Walter, me contaron una noche cenando en un restaurante del Madrid de los Austrias. Nos encontrábamos relajados, riéndonos de lo tímidos y tontos que a veces somos los varones. Entonces, Walter comenzó a contarme cómo se conocieron treinta años atrás. Rossana Podestà formaba parte del Olimpo de actrices italianas que, junto a Sofía, Claudia y Gina, integraron la memoria sentimental imprescindible de la España de los años sesenta. Recuerdo como si fuera hoy a aquella bella mujer encarnando a Helena de Troya. Rossana, que ya había estado casada y tenía dos hijos, estaba en esa etapa madura en la que se negaba a seguir las duras exigencias de una estrella "obligatoriamente bella todos los días de la semana". Por aquel entonces, durante una entrevista, le hicieron una de esas tontas preguntas: "Si estuviera en una isla desierta, ¿a quién elegiría para encontrarse allí? Y Rossana contestó, sin pensárselo mucho: "A Walter Bonatti". Un amigo llamó a Walter para contárselo y convencerle para que la llamase. "Rossana, soy Walter. Te agradezco mucho lo que has dicho de mí. ¿Qué te parece si cuando vaya a Roma, dentro de seis meses, nos vemos?" A mi derecha Rossana sonreía mientras me decía: "¡Qué hombre tan raro, te llama para quedar ¡dentro de seis meses!" Al rato volvió a sonar el teléfono: "Soy Walter, que a lo mejor tengo que ir el mes que viene. ¿Te parece que te llame entonces?" Unos minutos después, se produjo la última llamada, que entonces sí reflejaba la fuerte personalidad y la decisión con la que Walter acometió todas sus aventuras: "Rossana, soy Walter. Mañana voy a verte a Roma". Desde entonces, hace más de 30 años, Walter y Rossana no se separaron, hasta el pasado 13 de septiembre en el que un médico les negó su derecho.
Recorrieron el mundo entero, vivieron aventuras inéditas y vieron los paisajes más bellos y remotos que nadie pueda imaginar. Y no se casaron legalmente. Porque no necesitaron papeles, ni jueces, ni religiosos que les legalizasen el amor que ellos sentían. Quiero pensar, porque soy un ingenuo optimista, que en España jamás se hubiera producido un hecho tan cruel. Sólo pido que la fortuna, y los hombres buenos, nos permitan encarar nuestros últimos momentos. Y siempre a salvo "de la hipocresía de los hombres civilizados".