La reserva espiritual del derbi
No hace mucho tiempo, en una galaxia no tan lejana, no era difícil imaginar un Real Madrid sin futbolistas madrileños, donde los canteranos no llegasen al primer equipo y en el que camparían a sus anchas los forasteros, fuesen estrellas universales o blufs de campeonato. Este desarraigo multinacional derivado del márketing, y no sólo la incapacidad del Club Atlético de Madrid para derrotar al equipo blanco, también ha estado a punto de acabar para siempre con el derbi de la capital.
Número uno del Real Madrid y la selección, Iker Casillas marca la Línea Maginot del respeto histórico al clásico madrileño, que merece trato de cortesía al margen de la superioridad blanca y de cómo bajen las aguas del Manzanares. El capitán es la reserva espiritual del derbi. Y lo es porque el capitán era niño a finales de los 80, cuando el Atleti luchaba por los títulos. Porque fue adolescente en los 90, cuando los rojiblancos ganaban Copas en el Bernabéu y se alzaban con el doblete. Y porque ha jugado contra los colchoneros en las divisiones inferiores y ha mamado la rivalidad más sana, la de los vecinos que se miran de reojo, la de dos equipos de la misma ciudad que no buscan excusas políticas ni se adornan con intrigas de poder porque se necesitan para reconocerse.