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Medidos en sus máximos, Benzema resulta un jugador mejor equipado que Higuaín, pero hasta ahora la realidad decía que el argentino frecuentaba su mejor versión y al francés le servía cualquier excusa, desde la idiomática a la táctica, para huir de ella. Resultaba explicable, por tanto, que Pellegrini y Mourinho acabaran inclinándose por la fiabilidad del Pipa. Cuanto mayor importancia tenía un partido, menos previsible era que jugara Benzema.

Aún hoy creo que sigue siendo así, que si mañana visitara el Madrid el Camp Nou, la cima más inaccesible del momento, Mourinho la escalaría con Higuaín. Sólo que ahora decidiría un tubular. En Benzema asoma una fortaleza de ánimo y una disposición insólitas. Y esa es la obra cumbre del entrenador. La competencia que tanto afligía al francés ahora le espolea. Haber forzado la rotación, el empate técnico, con un jugador indestructible ya es un triunfo. Suyo y de Mou.