La mala suerte mató a Simoncelli
Hace una semana, fallecía en el óvalo de Las Vegas un piloto de la Indy, Dan Wheldon. Fue un choque brutal entre quince coches como nunca había visto. Ayer el que nos dejó fue Marco Simoncelli tras una cadena terrible de casualidades y mala suerte. Dos muertes en una semana con las que el motor queda en el punto de mira de muchas personas, aunque los motivos de tanta fatalidad han sido muy dispares. En la Indy las carreras en óvalos están desmadradas, fuera de control, y las medidas de seguridad son muy mejorables. En el Mundial de motociclismo, el esfuerzo que se ha hecho en la última década por mejorar la seguridad es máximo, aunque ayer Dani Pedrosa hizo bien en recordarnos algo tan obvio como cierto: "A veces nos olvidamos de lo peligroso que es este deporte".
La muerte es la parte perversa del motociclismo, parece duro decirlo como si nada y mucho más comprenderlo... pero es así. Por eso sólo alcanzan la gloria del triunfo unos privilegiados, los mejores, los más expertos y valientes, los que aceptan que la ley del motociclismo es la ley del más rápido. Pero tampoco son unos locos, ya nadie corre si la seguridad no está comprobada y certificada. En los cincuenta murieron 31 pilotos (incluyo tres de 1949); en los sesenta fallecieron 27; en los setenta, 25; en los ochenta, 13; en los noventa, dos, los mismos que en la primera década del siglo XXI. La excelencia por la seguridad es prioritaria, pero contra la mala suerte no hay nada que hacer, excepto no tenerla. ¡Qué mala suerte, Marco! Hasta siempre.