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Un presagio escrito en la roca

A veces ocurren coincidencias que se convierten en símbolos, como la sucedida este verano uniendo un remoto rincón del Karakorum con la capital italiana. El primero de sus protagonistas es una roca descomunal, de unos 30 metros de altura, que apenas destaca entre los gigantes que la rodean. Se encuentra en la margen izquierda del glaciar del Baltoro en plena ruta de aproximación al K2. Sin embargo, ese lugar aparece en los mapas y los relatos de los alpinistas porque es punto habitual de acampada para las expediciones, además de un inigualable mirador desde el que he disfrutado en tantas ocasiones de la visión de las Torres del Trango y, en la desafiante lejanía, del Broad Peak. Créanme si les digo que en pocos sitios de la Tierra me he sentido tan conmovido como la primera vez que llegué a ese lugar. Allí está el último resto de verdor que puedes encontrar y lo preside esta gran roca que le ha dado nombre: Urdukas, que significa en baltí "piedra cortada", por la fisura de unos 40 cm. de ancho que la recorre de arriba abajo. O mejor debo decir la recorría, porque hace unas semanas, quién sabe si debido a uno de los terremotos que sacuden la zona o porque su tiempo geológico se había cumplido, se desmoronó provocando una tragedia.

El extraplomo que presentaba solía servir a los porteadores de cobijo para pasar la noche. Y eso estaba haciendo un grupo de trabajadores baltíes cuando se les vino encima, matando a cuatro de ellos y dejando heridos a otros tres. Esa roca era también parte de la gran historia de la conquista de los ochomiles pues, en 1954, a un joven alpinista se le ocurrió lanzarse a esa fisura para escalarla.

Lo consiguió, y desde entonces los porteadores transmitieron su nombre de generación en generación: 'La fisura Bonatti'. No deja de ser una paradoja que reparaba una injusticia histórica. De aquella primera expedición al K2 los baltíes ya no recuerdan ni a los vencedores ni al jefe de expedición. En la memoria de aquellos rudos hombres sólo pervivió el nombre de aquel alpinista, Walter Bonatti. Y, con apenas unas semanas de diferencia, mi amigo Walter y su fisura han desaparecido, simbolizando el final de una era del alpinismo, de una forma de entenderlo y afrontarlo desde la honestidad, la imaginación y el desafío a lo imposible. Prefiero pensar que ambos son ya parte de la Historia, pero no del pasado, porque la huella dejada por Bonatti con sus iniciativas (desde escalar aquella pequeña fisura en el Karakorum, a su renuncia a seguir "compitiendo" para abrir nuevos horizontes) continúa marcando el camino para los que amamos la montaña.